Water Classification Based on Salt Composition

La Península Itálica y sus islas siempre han sido un nudo crucial en la circulación de mercancías y personas, gracias a su clima templado y sus recursos naturales, su posición estratégica en el Mediterráneo y los miles de kilómetros de costa que ofrecían puertos seguros a los navíos. Dada la conformación geográfica de la Península, antes de la época romana estaba dividida entre varios pequeños reinos, entre ellos el Reino de los Etruscos. Estos últimos conocían las propiedades curativas de las aguas termales de las actuales Toscana y Umbría. Los griegos, en busca de nuevas parcelas de tierra fértil, se establecieron en el sur de Italia y Sicilia. En Ischia, descubrieron los beneficios de los manantiales locales construyendo templos dedicados a deidades en cada ciudad termal. Pero el verdadero punto de inflexión en la explotación de los recursos termales se produjo con la llegada al poder de los romanos: médicos romanos como Galeno, Celso y Plinio clasificaron las aguas termales según sus características y terapias. Se construyeron numerosas termas públicas con fines higiénicos, recreativos y curativos. Hoy podemos encontrar restos de termas por todo el país, por ejemplo, las Termas de Caracalla en Roma; termas en la zona de las Colinas Euganeas, de Ischia, de Sirmione Terme y de muchos otros lugares.

Con la caída del Imperio Romano y la expansión del cristianismo, que animó a la gente a huir de las oportunidades de hedonismo, se produjo un declive de los baños como fenómeno cultural y social, y durante la Edad Media la práctica de las termas se limitó únicamente al uso terapéutico. Hay noticias de la restauración de los manantiales y de la valorización de las termas de Abano, Salsomaggiore y Montecatini. Además de bañarse y beber agua, la gente empezó a recurrir a la inhalación de los vapores de los manantiales y a la aplicación del barro depositado en las proximidades.

Las curas termales adquirieron mayor fama durante el Renacimiento, gracias sobre todo al desarrollo de la imprenta, que permitió la rápida difusión de las obras hidrológicas. Se empezaron a reconocer actuaciones más específicas para los distintos tipos de agua y se introdujeron curas ginecológicas particulares. En el siglo XV, el ilustre médico Ugolino Simoni da Montecatini fundó la hidrología moderna. Entre las personalidades que visitaron los baños destaca Miguel Ángel, que acudió a Fiuggi en 1549 para tratar cálculos renales.

En el siglo XVIII el método experimental se aplicó también a la hidrología, y el notable desarrollo de la química y la física permitió un estudio más profundo de diversas aguas. Los balnearios fueron considerados como verdaderos centros de tratamiento.

En el siglo XVIII, el método experimental se aplicó también a la hidrología, y el considerable desarrollo de la química y la física permitió profundizar en el estudio de las distintas aguas. Los balnearios llegaron a considerarse verdaderos centros de sanación.

A partir de principios del siglo XX, las termas pasaron de ser centros de salud a centros de vacaciones y vida social, convirtiéndose en un producto turístico, reconocido como estaciones y ciudades balnearias capaces de atraer clientes de lugares lejanos. Eran frecuentados por miembros de la alta sociedad y la aristocracia, por ello el termalismo de la edad moderna ha sido definido como el termalismo de la élite. Esto también tuvo un impacto notable en la arquitectura de los centros: el lujoso y fascinante estilo Art Nouveau se podía admirar en los balnearios, edificios públicos, instalaciones recreativas de alto nivel, parques y jardines. En aquel período, que va de 1890 a 1930, el turismo balneario tenía un carácter "lúdico", ya que a los balnearios se les atribuía principalmente la función de relajación y entretenimiento, además de un concepto más genérico de "estar bien". En el período fascista se produjo el llamado el termalismo social, cuando se incluyeron los balnearios en las políticas de salud, reconociendo el uso terapéutico de las aguas termales a nivel nacional. Esto llevó, tras la Segunda Guerra Mundial, al termalismo asistido con la extensión de las terapias, a bajo coste, a toda la población (los tratamientos eran costeados casi exclusivamente por el NHS). Desde los años 80, el termalismo ha experimentado una evolución, pasando del concepto de tratamiento y por tanto de turismo balneario "social" o "asistido", al concepto de balneario, entendido sobre todo como turismo de salud, hasta convertirse en el actual turismo de bienestar, entendido como una verdadera experiencia holística de cuidado del aspecto psicofísico del individuo.

Hoy en día la práctica del termalismo está asociada a la educación ambiental y la valorización de la cultura local y mediterránea. Tendemos hacia lo que la literatura define como calidad de vida total.